sábado, 27 de abril de 2013

Alejandro Milton Weeb Joyner


Entonces busco en mi interior, abro cada uno de los baúles que contiene mi vida, avanzo y mi paso solo lo detienen las asignaturas pendientes, y algunas cosas nimias que no entiendo por qué guarde en algún momento.
Caminando me encuentro con un niño alto, blanco, de anteojos, peinado escrupulosamente, con una camisa de manga corta y una mochila de cuero en la espalda, lo veo subirse al autobús con un rumbo desconocido, curiosamente yo mismo abordo el mismo transporte, ya en su interior hay a otros jóvenes que entre ellos se saludan, ríen, bromean, el muchacho no participa de eso, es solitario y callado.
El rumbo de las venas convertidas en calles y avenidas, conforman el peso enorme de la ciudad, ese gran cuerpo que te envuelve sin darte cuenta, el ruido me va aislando poco a poco, el calor aumenta y mi visión se va perdiendo, el sueño me invade y me abraza amoroso, despierto solamente con el estridente descenso de los muchachos hacia la escuela, inevitablemente miro a través de la ventana para buscar al chico y no lo encuentro, me pregunto si acaso se bajó antes del autobús o quizá nunca se subió y me engaño la idea, yo creyendo haberlo visto, aborde el autobús.
La duda se disipa cuando lo encuentro tres filas atrás de mí, está leyendo absorto un libro, me dan ganas de acercarme y preguntarle la razón de no haberse bajado en la estación de la escuela donde supondría yo que estudiaba, temiendo alguna mala respuesta, o quizá incluso algún insulto que como serpiente saliera de su boca, al fin me acerqué, cuando le distraje y su mirada se perdió en mi imagen con gabardina, con el cabello entrecano, con mis anteojos, la barba del día y mi mochila cargada de papeles sin sentido, de libros que ya he leído, de mi termo vacío de café, de mis años caminando solo, de mis recuerdos difusos de infancia, de esas ganas de perderme un día por una ciudad que no conozco y seguramente jamás regresar a ningún lado, ni siquiera al ser que me conforma.
Al verle ya de frente, me llamó poderosamente la atención su rostro con acné juvenil, sus ojos rasgados, lo pulcro de su camisa blanca, me presenté y le dije me llamo Alejandro, y él me respondió me llamo Milton, nos dimos la mano, lo abracé y después de platicar cualquier trivialidad del futbol o de las luchas, baje del autobús en la siguiente estación, el siguió en su trayecto.
Cuando abrí la mano con la que lo había saludado, el aroma de los libros viejos se había quedado en mis sentidos, y el junto conmigo de niño se había seguido en el autobús, que no tenía destino, que he buscado de pronto en la misma estación en la calle que jamás existió.

AIMCWMJ
Mayo 2013

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